Historias que nunca escribimos. Relatos de compasión

Este libro es una antología de relatos breves donde una veintena de profesionales sociosanitarios (médicos, enfermeras, psicólogos y trabajadoras sociales) evocan personas, momentos, conversaciones o imágenes que se quedaron en su interior y que despertaron emociones y sentimientos a veces desconocidos, enseñándoles a ser compasivos, y formando parte ya de su propia historia.

La compasión ha sido durante años mal entendida en muchas ocasiones y ha caído en el renglón de la caridad paternalista. Sin embargo, compasión significa «sufrir juntos», «tratar con emociones ajenas». Se basa en un sentimiento humano que surge a partir del sufrimiento del otro y nos despierta el deseo de aliviarlo o reducirlo.El precio del libro es de 10 € y puedes comprarlo a través de Editorial Chocolate, en Amazon o encargándolo a tu librería de barrio y nosotros se lo enviamos.

Parte de los beneficios obtenidos con la venta del libro irán destinados a una ONG de ayuda a refugiados.

Ilustradora: Araceli Paz

Los profesionales sociosanitarios que aquí escribimos los relatos, nos enfrentamos cotidianamente al sufrimiento de otros. La experiencia del dolor, la dependencia o la cercanía de la muerte en las personas que asistimos, puede tentarnos a emprender la huida, pero difícilmente nos deja indiferentes. No tenemos la obligación de ser compasivos, pero no se entiende el ejercicio de estas profesiones sin mostrar sensibilidad ante el sufrimiento humano intentando darle una respuesta, no solo profesional, sino también personal. Beatriz Moreno y Antonio Moya.

Prólogo

Por Javier Sádaba

Un prólogo no resume un libro. Un prólogo incita a que se le lea, se le saboree, se le retenga y, en lo posible, se aplique. Es ese mi deseo con estos relatos de más de veinte autores que relatan de manera viva, sencilla y, al mismo tiempo, llena de pasión, lo que les ha ocurrido en una profesión-vocación que trata directamente con la vida y la muerte. Se trata de profesionales sociosanitarios de diversas especialidades, estamentos y funciones. Los que en este libro escriben son médicos de familia, de paliativos, enfermeras, psicólogas, etc., un cuadro con piezas muy diversas pero que logran una excelente armonía.

Del profesional sanitario existe una idea muy básica al alcance de todos: nos protege de las enfermedades que padecemos. La enfermedad es constitutiva del ser humano. Los distintos padecimientos de nuestro organismo son fruto de las disfunciones corporales, entendiendo el cuerpo como el conjunto de todas las actividades humanas. Desde que el ser humano va adquiriendo conciencia, se desarrolla una elemental manera de curar los males que sobre nosotros se posen y desde Hipócrates, la medicina adquiere la relevancia de conjuntar una serie de saberes y praxis para atajar las enfermedades en cualquiera de los estadios.

Hoy de los profesionales conocemos mucho. Los tratamos, acudimos a las diferentes especialidades, les estimamos o, por el contrario, los denunciamos. Nos parecen más o menos aptos para la comunicación, más o menos dotados para las tareas que deben realizar. Sin embargo, llama la atención que la interioridad del profesional de la medicina permanece escondida. Es como si la bata blanca abarcara todo. Y dentro de esa bata blanca existe una vida con emociones y sentimientos que conviene conocer. Porque no existe un profesional de la medicina sino una persona con sus dudas, desvelos y una acumulación de imágenes de los pacientes que trata, que condicionan su vida. Es precisamente de esa parte más desconocida, de los lazos internos entre médicos o enfermeras y enfermos de lo que nos habla este libro. Con una valentía que sorprende, con una plasticidad que visualiza ese hilo tantas veces oculto entre quienes se dedican a confrontarse con la vida y con la muerte y quienes viven y mueren.

Lo que une a la cadena de todos los relatos es la compasión ante el sufrimiento causado por la enfermedad. La compasión no es empatía o simpatía. De la empatía sabemos hoy más desde que Rizzolati descubrió, primero en monos y luego en los humanos, las hoy mundialmente conocidas “neuronas espejo”. Y es que ante el dolor de los otros, ese mismo dolor se da, como por contagio, en nosotros mismos. Es ésta una cuestión genética, o, para ser más exactos, neuronal y, en consecuencia, ajena a nuestra voluntad. Que sea base de una voluntad libre no quiere decir más que eso, que es la base. La compasión es otra cosa. Se ha discutido mucho sobre su importancia en el terreno moral. Para algunos, por ejemplo para Schopenhauer, riéndose en este punto de Kant, la compasión es el sentimiento moral fundamental. Conviene precisar que hablamos de sentimientos y no de emociones. Las emociones son primarias e inconscientes mientras que los sentimientos son conscientes, se expresan verbalmente y los podemos moldear. Otros, entre los que me encuentro, pensábamos que la compasión es un elemento decisivo de nuestra conducta afectiva, pero que los verdaderos sentimientos eran otros, por ejemplo, la indignación ante una acción mala ajena o la vergüenza ante una mala acción propia. Hoy pienso que la compasión también es un sentimiento moral y que sin ella la ética queda coja.

La compasión consiste en entrar en el dolor de los otros. Al igual que su etimología, que puede parecer ambigua, tiene una parte pasiva y otra activa. La pasiva se da cuando alguien es invadido por el dolor del otro, se fusiona de alguna forma con el doliente y le lleva a una comprensión mayor de lo que le sucede al paciente y, a la vez, a una actitud de ayuda. La activa se produce cuando la compasión se fija en la prontitud o disposición a concretar tal compasión. Es lo que sucede en los relatos que tenemos entre manos. Los encuentros, los reencuentros, el continuar en contacto, el animar con la mera expresión o el silencio. Todo ello es compasión. Y todo ello es narrado con la fuerza que da lo vivido y con el interés que produce conocer las más diversas situaciones. Situaciones en las que el profesional conecta con el interior del paciente produciéndose un cambio interior en quien ha ayudado, ha hecho todo lo que ha podido o ha sido derrotado por una implacable naturaleza.

Más de uno objetará, y lo oímos con frecuencia, que existen médicos o enfermeras que o bien porque están quemados o porque les falta la vocación necesaria para ejercer la profesión, se comunican mal con el paciente, no le atienden lo suficiente o fallan con excesiva frecuencia en el diagnóstico. Es innegable que se dan fallos en las personas cuya tarea es la salud y que en muchos casos no saben conectar con las necesidades del enfermo que, conviene recordar, siempre es un ser singular. Más aun, uno de los tópicos más repetidos en los últimos tiempos es que no solo se debe respetar la autonomía del paciente sino que es necesaria una autentica simetría entre el equipo médico y el paciente. Justo es reconocerlo. Pero en este escrito no se niega lo que de verdad hay en esa queja sino que se recuerda que, además, existe una parte, excesivamente desconocida y descuidada. Y que es necesario conocerla y reconocerla.

El libro, el conjunto de relatos, la variedad de las situaciones, la implicación de los protagonistas, nos permite comprender y compadecer una relación que se da con más frecuencia de lo que se cree, en el mundo de la medicina. Porque nos invita a comprender el papel de los protagonistas. Protagonistas que se mueven en medio de la enfermedad. Y, sobre todo, nos permite ver de cerca el hecho bien humano de la compasión. Nos compadecemos de una manera habitual cuando lo que sucede es habitual y no pasa de ser uno de los muchos momentos de la vida cotidiana. Pero existe una compasión desgarrada, de corazón a corazón y que tiene lugar en un contacto de especial trascendencia en la existencia de los humanos. Dicha compasión es la que se refleja en el libro y, como indicamos, sin perderse en especulaciones, sino de modo directo, rezumando sinceridad.

Solo me queda invitar a los lectores a que lean todo el libro. Es pedagógico y toca una fibra sensible de la enfermedad y del que acude a socorrer a quien en ella se encuentra. Y un dato más que da a estos textos un valor añadido a todo lo dicho: parte de los beneficios que puedan recaudarse de la venta de estos textos ira destinado a una entidad benéfica. No se busca el lucro. Se busca y encuentra la compasión.