¡Un cana en mi coño!

La memoria siempre es caprichosa. Recuerdo aquella mañana como si fuera hoy. Nada nuevo. Me levanté tarde. Muy tarde. Con las mismas preocupaciones y quise aliviarlas con una ducha larga y relajante.

Me llamo Marisa (obviamente, es un seudónimo), por entonces tenía 34 ridículos años. Sin expectativas de repetir el patrón de mujer complaciente ni madre abnegada. Eso no iba conmigo pero sin embargo, la presión era cada vez mayor. Mis tías me decían que era una irresponsable y una inmadura, que «las chicas de mi edad ya tenían las cosas claras». ¡Cómo si yo no! ¡Qué gracia! Claro que tenía las cosas claras. Muy claras. Quería disfrutar con intensidad de mi libre juventud y sobre todo, no complacer a todas aquellas que me querían MAL.

En varias ocasiones en las reuniones familiares había escuchado la frase: “Si no tienes hijos, entonces ¿quién te cuidará?”.

Por entonces sentía que decidía en todos los aspectos de mi vida. No recuerdo quien era mi novio pero si, lo que ocurrió ese viernes del mes de marzo. Me desnudé y nada presagiaba que todos los prejuicios negativos asociados a la edad se me vendrían encima. El destino me jugaría una mala pasada para la que nunca me habían preparado.

Abrí el agua caliente y el jabón cubría por completo todo mi cuerpo. Un suave olor a Neroli, perfumaba el baño. Lo recuerdo con precisión. Mi mirada perdida. Estaba en la gloria, como siempre que me regalaba aquellas mañanas. (Consentida lo era mucho) Dejé escapar el agua por el sumidero. Tenía aún que preparar la comida y la cena. Algunos amigos del instituto vendrían a pasar el fin de semana conmigo. ¡Madrid sería nuestro! Estábamos locos por el reencuentro que veníamos organizando durante meses. Quizá años.

De pronto, mi mirada descubrió un intruso, mi primera cana.

¡Una cana en mi coño!

Las había visto en los demás. Algunas señoras las lucían con dignidad y otras, las ocultaban o eso intentaban. Lo extraño de mi caso, es que el lugar no era el previsible. Había crecido entre el frondoso vello que cubría mis partes más íntimas.

Era una zona que yo había explorado desde bien joven. No había sido la típica chica mojigata pero sin embargo aquel pelo blanco me dio el día.

Yo, la deshinibida y a la vez… tan estúpida como para anular todos los planes e irme destrozada a tirarme a la cama. Aquel fin de semana lo pasé con el mismo albornoz con el que salí de la ducha. Preferiría que me hubieseis llamado guarra a vieja. Yo, la que presumía de lozanía y libertad, estaba sumida en una tristeza sin igual. Ni siquiera las rupturas amorosas habían sido tan dramáticas.

Pensé en cortarlo, pero algún tiempo después aparecieron más canas. Aquello había venido para quedarse y paradójicamente, sólo el paso de los años consiguieron librarme de aquella imprevista esclavitud. La de aparentar frescura cuando lo que quería era ser aceptada tal y como había decidido ser.

Ahora, ya pasados 40 años, aproximadamente, me hace gracia compartir esta historia con vosotros. Me divorcié dos veces, tuve tres hijos de los distintos matrimonios. Volví a la capital de provincia donde vivían mis padres. Con ellos aprendí, el valor de los cuidados. Me reconcilié con la enfermedad, porque la sentí de cerca (muchas veces) y aprendí el valor de la aceptación. Crecí con ellos (metafóricamente hablando también) y agradezco a Dios, haberlos disfrutado en sus años más vulnerables.

Sigo en lucha. Ya vivo sola. Apenas salgo a la calle. Mi sobrina que estudió trabajo social y le interesan los temas que tratáis. Me habló de vosotros y me dijo, que escribiéramos juntas lo que pienso del paso del tiempo y de aquel episodio (ahora estúpido) tantas veces repetido con el que nos hemos reído tanto.

En mi cuerpo sigo decidiendo yo, la misma que fue criticada por todo, porque la naturaleza ya se encarga de mostrarnos su cara más despiadada, también la más cachonda.

Las mismas preocupaciones me acompañan, pero sin química en mi cabello ni cirugías en mi rostro. Apuro la vida, reivindico la gente auténtica y defiendo mi más bello tesoro, la autonomía. Esa misma que ahora mis hijos empiezan a cuestionar pero me temo que ya es demasiado tarde. Tuve hijos.

Relato Ficcionado, autor: Francisco Olavarría Ramos  😛