Descubre dónde está preprogramado el altruismo

El altruismo al parecer está “preprogramado” en el cerebro y es modulado por un procesamiento cortical superior que genera una interpretación dependiente de contexto de cuán generosos debemos ser, según indican los resultados de dos estudios.

Análisis de individuos que realizan una tarea en que se analiza la toma de decisiones motivadas socialmente revelaron que la actividad en la corteza somatosensorial impulsa una “resonancia” pro-social o impulso de replicación.

En cambio, la actividad de la corteza prefrontal se vinculó a una disminución de la generosidad y una inhibición de las inclinaciones pro-sociales, de manera que zonas específicas están vinculadas a diferentes aspectos del criterio social de necesidad.

“Esto parece indicar que nuestro impulso primario en las transacciones sociales no estratégicas pueden de hecho conducirse en forma pro-social, tal vez a consecuencia de formas reflexivas de empatía que borran los límites entre los individuos”, dicen Leonardo Christov-Moore, PhD, académico posdoctoral, del Grupo de Investigación Suthana, Laboratorio de Neuroimágenes y Neuromodulación, en la Universidad de California, Los Angeles, quien fue el autor principal de los dos estudios, así como su colaboradores.

En el primer estudio, publicado en versión electrónica el 1 de febrero en Human Brain Mapping, los investigadores pidieron a 20 adultos étnicamente diversos sin trastornos neurológicos o del desarrollo ni antecedentes de consumo de drogas o de alcohol que completaran el Índice de Reactividad Interpersonal (IRI) y la Escala de Grado de Altruismo Personal. También se les pidió que llevasen a cabo tres tareas.

La primera tarea fue el Juego del Dictador. Para esta tarea a los participantes se les dio una suma de dinero, en este caso 10 dólares por ronda hasta por 24 rondas. Luego se les pidió que compartieran el dinero con el perfil de un extraño mostrado en una pantalla del ordenador, o bien, que conservaran el dinero.

Para la segunda tarea, se les pidió a los individuos que imitaran u observaran imágenes de 12 individuos en las cuales se mostraban cuatro emociones. La tercera tarea fue una prueba de la aguja, en la cual se les mostró a los participantes un video de una mano a la que se inyectaba con una jeringa. Estas tareas fueron realizadas mientras los individuos se sometían a pruebas de resonancia magnética funcional.

En la tarea con la aguja, hubo una correlación positiva con la actividad en las zonas de cerebro asociadas a la experiencia de dolor y emoción; estas zonas fueron la amígdala, la corteza somatosensorial y la ínsula anterior. Se observó una correlación negativa con respecto a la actividad en la corteza prefrontal, que regula las conductas y los impulsos.

Estos hallazgos fueron respaldados por la tarea de imitación y observación; la imitación de emociones faciales desencadenó la actividad en las mismas regiones del cerebro que respondían a la tarea con la aguja.

Al relacionar los hallazgos en la fMRI con los resultados en el Juego del Dictador, el equipo observó que los individuos que daban menos dinero a extraños, un promedio de 1 a 3 dólares por contraposición a la media global de 6,18 dólares, demostraron el mayor grado de actividad en la corteza prefrontal.

En cambio, los individuos que demostraron el máximo grado de actividad en la corteza somatosensorial y la amígdala fueron los más generosos, pues dieron alrededor de 75% de lo que habían ganado durante la tarea.

Los resultados también demostraron que los pagos a las personas de la posición socioeconómica más baja (SES) se correlacionaron con las puntuaciones en la subescala de inquietud empática del IRI, en tanto que los pagos a las personas de la SES más alta se relacionaron con las puntuaciones en la subescala de estrés personal.

Válvula de control

En el segundo estudio, publicado en versión electrónica el 21 de marzo en Social Neuroscience, los investigadores administraron estimulación magnética transcraneal (TMS) en descargas de ondas theta continuas en la corteza prefrontal dorsolateral (DLPFC) y la corteza prefrontal dorsomedial (DMPFC), así como en una zona de control del cerebro relacionada con la vista.

En el estudio participaron 58 individuos (media de edad: 21,31 años). Al igual que en el estudio previo, los participantes no tenían ningún antecedente de trastornos neurológicos o del desarrollo o de consumo excesivo de drogas o de alcohol. Al igual que antes, los individuos llevaron a cabo el Juego del Dictador y completaron el IRI.

Los resultados indicaron que los ofrecimientos a los extraños en el Juego del Dictador fueron significativamente más altos cuando la actividad en la DLPFC y la DMPFC se amortiguaba mediante TMS, indicando que la corteza prefrontal tiene un efecto inhibidor en las inclinaciones prosociales.

Resulta interesante que la amortiguación de la actividad de la corteza prefrontal tuviese un efecto diferente sobre la generosidad, lo que dependió de cual región fuese afectada.

“La alteración transitoria de la DLPFC parece haber reducido el efecto inhibidor de señales contextuales (ofrecimientos a los jugadores con SES alta), en tanto que la alteración transitoria de la DMPFC al parecer redujo el control independientemente del contexto (ofrecimientos a jugadores con SES baja)”, señalan los investigadores.

“Estos datos indican que la DLPFC puede implementar una forma de inhibición sensible al contexto, congruente con su rol propuesto en integrar las respuestas cognitivas y emocionales durante la toma de decisiones”, añaden.

Sería “demasiado simple” afirmar que la corteza prefrontal actúa como una “válvula de control” en la replicación de lo que ocurre en la corteza somatosensorial para inhibir las inclinaciones prosociales, aunque este es un aspecto de su función.

Estas zonas de resonancia o de replicación interactúan de manera constante y dinámica con sistemas en la corteza prefrontal y esto no nos brinda altruismo humano y moralidad sino más bien la forma muy refinada y compleja y matizada que vemos en los seres humanos, en la que podemos modular la replicación en respuesta a estos aspectos de un nivel muy superior de la persona o de las personas con las que tratamos, por ejemplo, su afiliación política o valía percibida.

Lo que el sistema como la corteza prefrontal o el estado evolutivo superior nos permite hacer es una versión más matizada y más modulada y más dependiente de contexto de este proceso de realización.

¿Implicaciones clínicas?

Los hallazgos del estudio tienen dos implicaciones principales. La primera es aclarar aspectos de cómo la empatía se traduce en la toma de decisiones, lo cual apunta hacia mayores oportunidades en la investigación.

La investigación resalta, de una manera muy robusta y simple, rastreable, una relación cerebral entre la corteza prefrontal y las zonas de la corteza motora somatosensorial y el sistema límbico que pueden analizarse de manera más estrecha o incluso dirigida con neuromodulación para afectar la conducta y la comprensión.

Los hallazgos también podrían tener aplicaciones clínicas. El Dr. Christov-Moore dijo que hay circunstancias en las cuales “la válvula de control” de la corteza prefrontal se podría “atascar en posición activa de tal manera que puede impedir la capacidad de estos individuos para empatizar o para formar relaciones humanas cálidas de confianza, lo cual es una de los principales obstáculos para la reintegración social”.

“Esto es algo que citamos principalmente para los agresores muy violentos, pero creo que también es aplicable a los veteranos, o incluso, en una forma muy oportuna, a los refugiados de zonas de guerra”, añadió.

En los individuos que han “tenido que poner una barrera a la empatía” puede ser que los resultados actuales indiquen que hay ahora “una diana funcional física real en el cerebro para tal vez relajar ese control, quizá en combinación con psicoterapia cognitiva y conductual”.

Referencias:

Christov-Moore, L. and Iacoboni, M. (2016), Self-other resonance, its control and prosocial inclinations: Brain–behavior relationships. Hum. Brain Mapp., 37: 1544–1558. doi: 10.1002/hbm.23119

Christov-Moore et at. (2016), Increasing generosity by disrupting prefrontal cortex. Social Neuroscience. doi: 10.1080/17470919.2016.1154105