Gerontóloga chilena: Trabajar con y por las personas mayores, mi pasión y vocación…

Según la última encuesta de caracterización socioeconómica (CASEN 2017) Chile, por primera vez, ha visto como la población mayor de 60 años ha superado a la menor de 15 años, resultado que nunca ha sucedido desde la implementación de la encuesta e indica que la esperanza de vida está aumentando rápidamente y existe una clara reducción en la tasa de natalidad. Desde hace algunos años (los que trabajamos en el área) en cada congreso y seminario acerca del tema, escuchábamos como esto algún día, en un futuro próximo, sucedería y no nos dimos cuenta como ya estamos en esto, con muchos desafíos y también oportunidades. 

Tengo casi 39 años de vida y desde los 22 que trabajo en temas relacionados con envejecimiento y vejez. Si bien soy trabajadora social, siempre digo que de corazón soy gerontóloga, profesión que como carrera no existe en mi país, pero después de años estudiando desde cursos, diplomados hasta un máster y de trabajar solo en proyectos sobre mayores digo con propiedad: me siento gerontóloga de teoría y praxis. A los 24 años tomé el primer diplomado en el tema; a quien le contara esto me preguntaba qué era gerontología (como que este término fuera dicho en chino) sin entender mucho tampoco a quien le podría interesar trabajar con “viejos” quienes serían “complicados”, “como niños” o “enfermos”.

Mi interés por trabajar con mayores surgió casualmente en la Universidad luego de tomar un ramo optativo de formación general llamado “Vejez: reflejo de la historia personal” dictado por la gran maestra Alicia Forttes, por años docente de la Escuela de Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica de Chile (UC) y pionera en investigar temáticas gerontológicas junto a su amiga y otra gran maestra de Sociología UC, Carmen Barros.

Personalmente adoro el pelo blanco

Sin embargo, debo reconocer que mi relación con la adultez mayor comenzó en mi infancia, ya que tuve el privilegio de compartir con mi bisabuela materna María (quien me cuidaba cuando mi mamá no podía) y mi abuela paterna Beatriz (llevo mi nombre en honor a ella) a quien visitábamos cada sábado y que vivió hasta los 95 años. Me encantaba escuchar sus historias del pasado, cómo era la vida cuando ella era una niña. Además de estas dos abuelas tuve la suerte de contar con mi abuela materna que sigue viva Norma, hoy de 83 años y con el ya fallecido pero para mí más amado: mi abuelo Guillermo, su esposo. Cuento esto porque la historia de vida no es en vano, si uno no promueve las relaciones intergeneracionales y no enseña a los niños amor y respeto por los “viejos”, no pidamos luego que cuando sean adultos respeten o valoren a sus mayores.

Cuando entré al cuarto año de mi carrera opté por realizar mi práctica profesional con personas mayores que venían de vivir en situación de calle y que se encontraban en un hogar de larga estadía perteneciente a la Fundación Hogar de Cristo. Allí estuve un año trabajando como estudiante y haciendo mi tesis con relatos de vida de mujeres mayores. En ese lugar me enamoré de la gerontología y la vejez y nunca más me he podido alejar. Quedé trabajando ahí como trabajadora social, intentando re vincular a aquellos mayores solos con sus familias, además hacía terreno para evaluar personas en situación de pobreza y vulnerabilidad que necesitaban de apoyos sociales y sanitarios. Ahí conocí la pobreza extrema y la desigualdad de mi país en vivo y en directo. Vi cosas que nunca olvidaré, el total abandono y muchas veces maltrato hacia las personas mayores, recrudecido en un ambiente inhóspito, de miseria y apatía de parte del resto de la sociedad. Paralelo a esta experiencia estudié el diplomado en atención gerontológica de la UC donde conocí a una de mis grandes amigas y maestra, Verónica Orellana, antropóloga, quien se ha dedicado desde los años ochenta a la gerontología en Chile y quien me enseñó casi todo lo que sé hoy de educación de mayores. Entonces di un salto a trabajar en la Universidad y dedicarme a la formación de otros profesionales y de los propios mayores. Y después de 5 años allí  simplemente  no paré jamás, pues he seguido siempre trabajando por y para los mayores, en fundaciones, en docencia, en terreno, como voluntaria, en radio, etc. Donde sea que pueda aportar en esta materia lo hago, porque esta es mi pasión y mi lucha: que algún día la vejez en Chile deje de ser sinónimo de discriminación, de tristeza, de maltrato, de indolencia social. 

«Esta actividad es muy, muy, muy gratificante»

Trabajar en gerontología en Chile no ha sido fácil, si bien las cifras parecen mostrar un país donde se requiere enormemente de profesionales con formación gerontológica, los puestos laborales dicen lo contrario. Cuesta mucho encontrar trabajo en el área, como decimos los del sector es un “mundo pequeño” donde todos nos conocemos y donde cuando se desocupa un cargo hay diez o más profesionales esperando acceder a ese puesto de trabajo; donde emprender en el área se hace difícil, porque encontrar quien quiera financiar algo para los mayores no es precisamente común. Todos sabemos y somos conscientes de la necesidad de que instituciones públicas y privadas cuenten con especialistas del área social; de salud, de arquitectura, de economía, de educación, en fin de múltiples disciplinas que conozcan del tema, sin embargo los directivos de dichos lugares al parecer no opinan lo mismo. En Chile es conocida la falta de geriatras para atender a los mayores y la escasez de ramos en las carreras de pregrado que aborden la temática gerontológica. Así y todo he sido porfiada y he tenido la cuota de suerte dedicándome a lo que me gusta, aunque no siempre tenga la retribución económica merecida.

A pesar de lo anterior, creo que día a día vamos de a poco ganando la batalla y de algún modo actualmente se está visibilizando el tema. Se lee más en prensa sobre los mayores, hay más universidades ofreciendo especializaciones, los políticos comienzan a darse cuenta de la necesidad de mejorar las políticas públicas dirigidas a este grupo etario y las mismas personas mayores están alzando su voz, al darse cuenta que son más del 16% de la población del país y que su voto vale. 

Hoy es más importante que nunca que todos quienes trabajamos en gerontología podamos unirnos para intercambiar experiencias y aunar fuerzas para levantar la voz y hacer cada día más visible este fenómeno del envejecimiento que a nivel mundial estamos viviendo y que nos incumbe a todos, porque si hay algo de lo que estamos todos seguros es de que día a día envejecemos. 

Como trabajadora social y “gerontóloga” chilena espero que en mi país a futuro mis hijos y los hijos de mis hijos  puedan vivir en una sociedad para todas las edades, donde ser viejo no sea un problema, sino una etapa más de la vida que se viva con dignidad, con integración social, con respeto, con acceso a servicios adecuados, en fin, una etapa de alegría con lo ya vivido y no de desesperanza.

Seguiré trabajando en gerontología hasta que me den las fuerzas y espero poder llegar a “vieja” para mirar a atrás y ver que si valió la pena. 

Beatriz Urrutia Quiroz es Trabajadora Social titulada en la Pontificia Universidad Católica de Chile, Máster en Valoración e Intervención en Gerontología y Geriatría de la Universidad de La Coruña. Trabaja en la temática del envejecimiento y vejez desde el año 2003, desempeñándose en distintas instituciones como Fundación AMANOZ, Hogar de Cristo, Pontificia Universidad Católica de Chile, Universidad Mayor, entre otras. Ha realizado docencia en gerontología y participado en medios de comunicación radiales dedicados a la temática. 

Correo electrónico: burrutia@uc.cl 

Twitter: @BEA_URRUTIA_Q

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