SÉNECA – Sobre la Brevedad de la Vida

Siempre es bueno recurrir a los antepasados y a las figuras que han marcado nuestra cultura. Volvamos a los clásicos y en Séneca nos quedamos para hablar de la VIDA con un texto imprescindible escrito en el año 55 d. C. Os dejamos algunos párrafos con los cuales pretendemos picaros la curiosidad y viajar en el tiempo.

«¿Qué va a pasar?» -escribe Séneca-, «tú no enes empo para nada y la vida corre; entretanto llega la muerte y para ella, quieras o no quieras, vas a tener todo el empo del mundo». Estas palabras dan una idea de la intensidad y de la desgarradora sinceridad con la que se expresa el filósofo cordobés en Sobre la brevedad de la vida. Compuesto en torno al año 55, este tratado cons tuye uno de los textos más sobrecogedoramente honestos escritos nunca sobre el paso del empo, sobre la muerte y, por extensión, sobre la vida. A pesar de que los hombres no paran de quejarse de la brevedad de la vida, el empo del que disponen es bastante si se sabe aprovechar. Desperdiciamos el empo y no lo consideramos el bien mayor y único. La solución que propone Séneca no pasa por la hiperac vidad ni por la holganza, sino por una serena aceptación de la propia mortalidad que nos permita administrar posi vamente el espacio clausurado de la propia existencia. La voz del viejo sabio, volcada aquí en una nueva e impecable traducción realizada por Francisco Socas, traspasa, rotunda, épocas y siglos: «Todas las cosas venideras quedan en la incertidumbre: vive de inmediato».

1. Cuando veas, pues, que algunos visten ropa de gala una y otra vez, que sus nombres resuenan en el foro, no sientas envidia: esas cosas se granjearon pérdida de vida. Para que un solo año reciba su nombre , habrán de machacar ellos todos sus años. A algunos, antes de que pisen la cumbre de su ambición, en las primeras escaramuzas, los abandona la vida; a otros, después de haberse arrastrado hasta el logro de una dignidad a través de mil indignidades, les viene el pensamiento lamentable de que han estado trabajando para la inscripción del sepulcro; la vejez extrema de algunos, al tiempo que se organiza para nuevos proyectos como si fuera la juventud, falla impotente entre grandes y descomunales intentos.

2. Es grotesco aquél al que en un juicio a favor de litigantes más que desconocidos, mientras perora ya con demasiados años e intenta ganarse la aprobación de una audiencia inexperta, le falta el resuello; está mal visto aquél que cansado antes de vivir que de trabajar se derrumba en medio de sus tareas; está mal visto aquél que a punto de morirse pide que le rindan cuentas y provoca la risa del que lleva mucho tiempo esperando la herencia.

Jubilarse a tiempo

3. No puedo pasar por alto un caso que me viene a la memoria: Turanio87 fue un anciano de escrupulosa laboriosidad que, pasados ya los noventa años, cuando recibió de manos de G. César la licencia de un cargo, mandó que lo amortajaran en la cama y que la familia puesta alrededor lo llorara como muerto. La casa hacía duelo por el ocio de su señor anciano y no acabó sus lloros si no es cuando se le devolvieron sus funciones. ¡Hasta tal punto le gusta a la gente morir ocupada!

4. La misma actitud tiene la mayoría; les dura más tiempo el deseo de trabajar que la capacidad; combaten contra la flaqueza del cuerpo, a la propia vejez no la consideran pesada por ningún concepto si no es porque los pone aparte. La ley no alista a nadie como soldado a partir de los cincuenta, a partir de los sesenta ya no convoca al senador: la gente tiene más dificultades para conseguir la jubilación por ella misma que por la ley.

5. Entretanto, mientras se ven arrastrados y arrastran ellos, mientras los unos interrumpen el descanso de los otros, mientras son desdichados por turno, su vida es sin provecho, sin deleite, sin ningún progreso espiritual. Ninguno tiene la muerte a la vista, ninguno deja de extender sus esperanzas hasta lejos, y algunos hasta organizan las cosas más allá de la propia vida, moles inmensas para su sepulcro y asignaciones para obras públicas y espectáculos ante la pira y exequias pretenciosas. Pero, maldita sea, los funerales de ésos, como si hubieran vivido muy poco, habría que celebrarlos con hachones y cirios.

Lucio Anneo Séneca, hijo de un rico provincial de la clase de los caballeros (equites), nació en Córdoba en torno al año 1 d.C. Pronto marchó a Roma donde recibió una buena formación con los mejores maestros, oradores, juristas y filósofos. Ejerció la abogacía, destacando por sus dotes de orador. Sufrió las represalias de Claudio y Mesalina, que lo man enen desterrado en la isla de Córcega durante ocho años, hasta que Agripina, la nueva esposa del emperador, lo hace regresar y le encarga la educación de su hijo, que más tarde, con el nombre de Nerón, alcanza el poder. Durante el mandato de éste, Séneca controla la polí ca romana intentando dar juego al Senado y repar endo cargos entre gente fiel a sus proyectos. Poco a poco, Nerón se emancipa de las influencias de la madre (a la que hace asesinar) y del viejo maestro, al que, tras haber sido revelado su nombre como par cipante de un complot polí co, se le envía la orden de suicidarse. La muerte se muestra esquiva al condenado y sólo llega después abrirse las venas de brazos y piernas, tomar la cicuta y sofocarse con los humos de unos baños (65 d.C.). Séneca compuso tragedias (a imitación de los clásicos atenienses), tratados filosóficos (algunos de ellos llamados Diálogos en recuerdo de Platón), Consolaciones, y las Epístolas morales a Lucilio, sin duda, su obra más conocida.