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Si el amor no tiene edad, ¡la felicidad menos!

A menudo los que nos ponemos metas altas descuidamos las pequeñas satisfacciones a corto plazo, porque pensamos a lo grande y nos frustramos cuando no conseguimos nuestros objetivos. Y así vamos postergando paulatinamente la felicidad hasta el año que viene, hasta que tenga dinero, hasta que se independicen los niños o cuando acabe de pagar la hipoteca.
Mi madre adoptó en su vida el rol de cuidadora. Cuidando de sus padres, de sus abuelos, de un marido con el que tuvo un mal divorcio y de unos hijos que no siempre entendieron o valoraron su forma de amar. Y así pasaban los días entre tarteras, gente enferma, trabajo y responsabilidades. No había tiempo para cafés, para viajar, para enamorarse, porque se había autoimpuesto antes que nada ser madre, enfermera o cocinera.

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Y a mí me mataba por dentro verla en el sofá, contando las horas y esperando a que tuviese ilusión por algo más que sus responsabilidades. La felicidad tenía fecha remota en el tiempo y tocaba esperar a que llamase a su puerta.
Hasta que pasados los 50, fruto de mucha meditación y síndrome de nido vacío, algo hizo click en su cabeza. Empezó a tener hobbies, conocer gente, viajar más allá de Portugal y vivir poniéndose a ella de primera.
Hoy con casi 60 años mi madre está de nuevo enamorada y probablemente más de lo que nunca estuvo en su vida. Animada por mí se hizo un perfil en una página para encontrar pareja y ahí están los dos, riendo como niños, emocionados, diciéndose todo con los ojos.
Mi madre ahora va a baile, a clase de Inglés, pinta y se conoce ya la tercera parte de Europa. Quien le iba a decir a ella que iba a enamorarse a los 60, que iba a ver mundo, que la felicidad estaba al alcance de sus manos.
Rosita es ese tipo de personas que te alientan, que te dan ánimo, que no te dejan bajar los brazos ni tirar la toalla. Que están siempre presentes. Y es la única persona que quiero tener cerca cuando no quiero que nadie más se me acerque. Las personas imprescindibles como Rosita huelen a lealtad, a verdad incorruptible. La valentía de esa mujer que no se derrumba para que no caigan los que se sostienen de ella.
Por eso debéis quereros. Porque sois únicas e irrepetibles, con virtudes y defectos. Quereros a vosotras y a vuestros sueños y no os comparéis porque no habéis vivido lo que han vivido otros. Quereros de la forma más sincera y real que existe, incondicionalmente. Porque cuando te cuidas, te perdonas, te quieres, puedes querer al resto por igual y sobre todo dejar que te quieran.
Hacedme caso y sed felices como Rosita. Vale la pena el ridículo. Porque si el amor no tiene edad, la felicidad menos.

 

Texto de @lucialodermann para Weloversize ❤️