Pensando en pequeños símbolos

Estaba leyendo hace un rato un artículo de mi libro de demencia. Me ha hecho pensar en cómo signos o comportamientos aparentemente insignificantes pueden tener un significado poderoso porque detrás de ellos subyace toda una manera de sentirse, de experimentarse como persona, de saber quién se es y qué expectativas de vida y de bienestar se tienen. Pienso, por ejemplo, en estas acciones vitales, estos pequeños actos cotidianos y sutiles que le permiten a las personas que habitan instituciones geriátricas vivir en medio de la precariedad, sostenerse en un medio que es mayoritariamente hostil. Hay muchos de estos actos, de estas actitudes, de estos comportamientos.

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Pienso, por ejemplo, en el hecho de maquillarse. Jacinta se pinta los ojos con un delineador de mala calidad que le mancha todos los párpados. Sin embargo, ella me ha dicho que es importante ponerse bonita. María también lo hace. Recuerdo ese día que estuve en su cuarto y que se pintó los labios. Tenía varios lápices de labios y también se puso colonia. Dijo que una tenía que cuidar la apariencia, un comentario similar al de Jacinta. Pienso, por ejemplo, en el señor Antonio, en cómo me ha pedido que le compre pilas para su radio, un radio viejísimo que probablemente ya esté malogrado. Hay un deseo intenso por no quedar al margen, por estar enlazado con el entorno. ¿Y qué decir de la revista “Selecciones” del año 80 donde el señor Antonio apunta a manera de diario lo que hizo en el día porque tiene una férrea voluntad por no olvidar? ¿Qué decir de Jaime que hace los collares de manera diligente durante las noches pensando que con eso puede conseguir un pequeño dinero extra para proporcionarse lo que en la institución no le pueden brindar? ¿Qué decir de Filomena que, en medio de su supuesta demencia e incapacidad por comer sola, aun se limpia la boca cuando la comida le mancha el rostro?

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Yo creo que todas estas son acciones vitales, pequeñas invenciones para seguir siendo, para permanecer—remain, en inglés—en el mundo del aquí y del ahora. Estas pequeñas invenciones son afirmaciones del self, procedimientos que, tal vez y si no me equivoco, permiten soportar lo que allí es insoportable. Seguir siendo, seguir viviendo, cohabitar con la ausencia y la pérdida y confiar que en esa coexistencia que se trasluce en actos pequeños—tal vez insignificantes a simple vista—está depositado el deseo, la voluntad poderosa y vital de seguir siendo ellos mismos, de mantener un lazo con el mundo que los rodea.

Creo que en universos sociales como los de residencias geriátricas, muchas de las personas sienten que se tienen que asir de algo, como si tuvieran que anclarse en pequeños momentos que les dicen una y otra vez “aquí estás”, “sigues siendo tú”. Todo esto frente a un olvido institucional y sistemático en el que ellos se saben invisibles y se consideran parte del desván—“allí va lo inservible”, me ha dicho una y otra vez Jaime.

La autora de esta carta, se propone ‘sostener’ la memoria de quien ya no puede.

La idea de personhood o de selfhood emerge, así, como un ámbito para seguir indagando, un personhood o selfhood que se enlaza con la importancia del recuerdo y el peso de la memoria, con el cuidado del cuerpo, con seguir sintiéndose bonita pasados los 70, con seguir siendo parte de la comunidad política y seguir siendo un ciudadano activo y enterado.

Tal vez la pregunta de fondo sea quiénes son ellos, qué anhelan y, sobre todo, cómo sobrellevan la institucionalización, el no tener a nadie, el no tener recursos. ¿Cómo se puede seguir siendo en medio de la precariedad, del vacío, de la pérdida de bienestar? Creo que no es a través de grandes acciones, ni de comportamientos grandilocuentes, ni de hazañas que cambian el rumbo de las cosas, el devenir de los sucesos. Creo que se trata de pequeños actos, pequeñas invenciones—como ya he dicho—que permiten a las personas que las realizan—tal vez inconscientemente—sostener su “yo” en medio de la nada.

Se trata, tal vez, de vivir más que de sobrevivir porque estas acciones cotidianas, sencillas, simples otorgan a quien las ejecuta el poder de la vida, la posibilidad de permanecer y de pertenecer, la capacidad de recrearse continuamente, de no ser olvidados ni por ellos ni por los demás y, sobre todo, prolongar su historia de vida, sus identidades en el presente. Apuntar para no olvidar, pintarse los labios, hacer collares: acciones que probablemente surgen de una falta pero que devuelven a quien las realiza un sentido de quién se es y qué es indispensable para tener un sentido de bienestar emocional y, si se puede, físico.

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Filomena aún se limpia la boca: el yo se sostiene y permanece, aún con un diagnóstico de demencia. Aquí está Filomena, esta es ella. En inglés diríamos “Filomena remains”.

Magdalena Zegarra Chiappori es candidata a doctora por la Universidad de Michigan (Estados Unidos) en Antropología. Actualmente esta investigando, en Perú, los procesos de abandono, intimidad y cuidados a los que están sujetos adultos mayores en una residencia de Lima. Anteriormente, estudió una Maestría en Religion y Ciencias Sociales en Harvard Divinity School, lugar donde entro en contacto con la antropología. 

Para contactar con nuestra amiga: magdalena.zegarra@gmail.com

«Cuando atamos eliminamos la dignidad de las personas», Juan Ignacio Vela