» La persona enferma siempre tiene derecho a conocer la verdad de su enfermedad, de su pronóstico, de su muerte», Javier de la Torre

Para los que no hayan oído hablar antes de la Bioética, ¿a qué os dedicáis? y ¿por qué deberíamos aproximarnos a esta materia?

La bioética es una ciencia joven que nació en Estados Unidos en 1971 intentando establecer puentes entre las nuevas biotecnologías y las humanidades, especialmente la ética. Los temas que nos preocupan van, por ejemplo, desde el embrión, el aborto, las nuevas formas de reproducción, la donación de embriones o gametos, la manipulación genética, la clonación, el envejecimiento y la demencia, la eutanasia y los diversos modos de morir, la ética de la investigación, la neuroética, la mejora humana, etc. 
 
¿Conocen los profesionales de la salud los aspectos éticos ligados a la situación de vulnerabilidad?

Los profesionales de la salud son conscientes que desarrollan su actividad en un contexto no horizontal, que en el otro lado hay una persona necesitada, enferma, débil pero quizás no son tan conscientes siempre de la necesidad de penetrar esta realidad y ver que hay una persona enferma y no una enfermedad, una persona con demencia y no un problema de demencia, una persona con problemas de esterilidad y no un caso interesante. Esta mirada más honda y más global de la persona con su historia, valores, profesión, familia hace comprender mejor su vulnerabilidad pues en un sentido estricto todos somos vulnerables y es allí donde reconocemos nuestra común humanidad.  

¿Cuáles son los principales dilemas éticos asociados a la enfermedad de cualquier persona? ¿Y en el caso de una persona mayor?

La enfermedad es la pérdida de cierta estabilidad, de cierta firmeza. En cierto sentido supone una quiebra siempre. Esta ruptura provoca ciertos problemas frecuentes. De forma muy general podemos observar siempre varios. El primero es el deber de beneficencia y atención de la sociedad a los enfermos pero en ciertos casos cabe plantearse hasta dónde y si la sociedad tiene el deber de atender con ciertos límites (servicios odontológicos, cirugías estéticas, medicina preventiva, reproducción asistida en personas no estériles, etc.). El segundo es el respeto a la autonomía del enfermo de decidir lo que estime oportuno y que debe otorgar su consentimiento una vez sea informado. El tercero la obligación de no dañar y por último distribuir justamente unos recursos sanitarios que son siempre limitados y que no dan para todo. En el caso de los mayores hay temas importantes como el respeto de su intimidad, el fomento de su autonomía y el aprendizaje de la dependencia, la vivencia más positiva de la soledad y la búsqueda de amistades más hondas y libres, la reconstrucción de su propia narrativa vital, la sobrecarga por el cuidado de otra persona mayor en muchos casos, las situaciones de acoso y de violencia, el aprender el arte de morir, etc.  

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¿Cómo, los familiares pueden defender sus derechos?

Los familiares deben defender sus derechos cuando el enfermo no los pueda defender por si mismo. Las culturas mediterráneas tendemos a ser muy familistas y a veces muy paternalistas y en algunas situaciones ocultamos las verdades al enfermo. La persona enferma siempre tiene derecho a conocer la verdad de su enfermedad, de su pronóstico, de su muerte a no ser que explícitamente el haya dicho reiteradamente que no quiere ser informado. Las familias, a veces, rodean al enfermo con una especie de «conspiración del silencio» que no ayuda. La familia debe sobre todo ayudar al enfermo cómo el quiere ser ayudado y por eso es esencial la figura del representante que no siempre, por cierto, es un familiar.

¿Qué opinión tiene al respecto del documento que recoge las «voluntades anticipadas»?

Es un documento muy importante que es recomendable que casi todos cuando nos vamos haciendo mayores deberíamos realizar. Incluso puede ser bueno hacerlo antes. Es esencial para favorecer un proceso de muerte conforme a lo que deseamos, conforme a nuestros valores y creencias. En él es bueno expresar los tratamientos que deseamos no se nos impongan que prolongan innecesariamente la vida penosa y el sufrimiento, los tratamientos que rechazamos, los que creemos que son adecuados, la asistencia espiritual en esos momentos si somos creyentes, nuestro deseo de donar determinados órganos, el modo de ser enterrado y, muy importante, quien será nuestro representante cuando nosotros no podamos decidir por nosotros mismos. Esto evita muchos problemas y disgustos a nosotros y a la familia.

Por último, parece que está claro que «Nadie envejece igual” pero ¿cómo lo podríamos hacer sin traumas?

Varias cuestiones planteé ya hacia años en mi libro «Pensar y sentir la muerte». Allí dibujaba lo sanador que es contar y contarnos nuestra vida (narrar la vida), lo que ayuda intentar hacer justicia donde hemos sido injustos y pedir perdón (soldar y saldar la vida), lo que ayuda celebrar lo bueno vivido y conseguido, lo que anima tener siempre proyectos a medio plazo que saquen lo mejor de uno mismo, lo que estimula cultivar la esperanza y no revolcarse en un amargo escepticismo, lo que supone saber despedirse sabiendo que mucho de lo más importante por lo que hemos luchado seguirá adelante aunque en otras manos (siempre tenemos herederos), lo gratificante que es cultivar las amistades y relaciones hondas (vivir en los pronombres que decía nuestro poeta Salinas).

BioéticaEl profesor Javier de la Torre es doctor en Derecho y licenciado en Filosofía y Teología Moral. Ha enseñado en la Universidad San Pablo-CEU, la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Desde 2005 se ha incorporado a la Universidad Pontificia Comillas a tiempo completo donde dirige la Cátedra de Bioética y el Máster de Bioética. Preside el Comité de Ética de la Unviersidad e imparte clases de Teología Moral en la Facultad de Teología. Ha publicado más de diez libros, editado más de veinte libros y escrito más de sesenta artículos de su especialidad.

Foto: Vinoth Chandar – The Beauty of Old Age (Creative Commons)

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