Arquitecturas del Cuidado – Un estudio de Irati Mogollón & Ana Fernández

¿En qué preciso momento os disteis cuenta de que no sólo los mayores eran los que envejecían, sino también vosotras?

Fue un proceso paulatino. Al principio también nos sentíamos un poco incómodas trabajando en torno a la temática de la vejez desde el enfoque feminista, donde también hay un cierto sesgo peyorativo hacia las mujeres mayores como tradicionales y antifeministas.

Sin embargo ocurrieron una serie de catástrofes en nuestras vidas en las que nos dimos cuenta de nuestra propia vulnerabilidad, y nos hizo empatizar mucho con las preocupaciones de nuestras mayores… ¿quién va cuidar de mí cuando me ponga malita? ¿Quién me va a soportar mis manías?

¿Cómo cuidar y ser cuidada desde el respeto, el diálogo y la toma de decisiones, de forma digna, respetando los límites de cada una y desde un buen amor?

Paralelamente fuimos descubriendo todo un mundo de cualidades que nos aportó mucha tranquilidad en este mundo de prisas y relaciones líquidas. Descubrimos otros tempos, otras sabidurías. Lo que para nosotras suponía el fin del mundo para ellas era una nimiedad. La relación con el cuerpo cambia, y encontramos una sororidad y una gran capacidad de empatía. El contacto intergeneracional también nos ha regalado otra sensación muy profunda que es la importancia del legado. No tanto en términos patrimoniales de dejar una casa en herencia, sino en términos vitales: dejar algo a las próximas generaciones que valga la pena el esfuerzo.

Más que ser conscientes de nuestro propio envejecimiento, nos hemos dado cuenta de que la vulnerabilidad, la necesidad de cuidados te acompaña toda la vida en mayor o menor medida, y que avanzar en el tiempo, acumular años y canas, experiencias, alegrías y penas es en realidad un triunfo y un privilegio.

Las casas envejecen a la par que las personas, pero lo hacemos sin reflexionar sobre las nuevas necesidades. Dicen que los latinos vamos improvisando hasta que el problema llama a la puerta. ¿De qué manera la arquitectura condiciona las relaciones de dependencia? Entendida ésta, como relaciones de cuidados.

Las casas envejecen a la par que las personas, si, pero no de igual manera. Cuando eres joven y estás en plena forma eres capaz de adaptarte a todo: a vivir en un quinto sin ascensor, arriba de una cuesta, sola, en una calle con aceras que son precipicios… etc. pero cuando las capacidades merman, los obstáculos limitan la autonomía de las personas.

De hecho, la ciudad y las viviendas está hechas para personas ágiles y plenamente válidas, y pone toda una serie de obstáculos para la autonomía de todas las personas que se desvían del patrón de la plena capacidad. No solo las personas mayores que pierden capacidades, sino también para las niñas y niños que no han desarrollado su autonomía aún, personas con diversidad funcional. Si nos fijamos, los niños y niñas han desaparecido de las calles y solo se les ve confinados en los parques infantiles. Este es sólo un indicador de la hostilidad de la ciudad hacia la vulnerabilidad de las personas.

Pero los obstáculos que la ciudad nos pone no son solo físicos como una escalera o un murete, sino también percibidos, como el aislamiento, la percepción de inseguridad, etc. La soledad es un fenómeno que se acrecienta, paradójicamente, en los entornos urbanos, donde el individualismo y las dificultades para acceder a los espacios de encuentro son cruciales para impedir el aislamiento.

Una arquitectura del cuidado, facilita la autonomía de las personas, permite que puedan moverse, encontrarse, satisfacer sus necesidades, sin que tengan que superar infinidad de obstáculos para hacerlo. Además, visibiliza que los cuidados que todas las personas necesitamos a lo largo de nuestras vidas para poder sobrevivir.

Estamos seguros de que entre nuestros lectores, habrá muchos que hayan valorado (soñado) vivir con los amigos de toda la vida tras la jubilación pero ¿qué deberían saber previamente?

Hay mil factores y debates que deben hacerse en el camino… pero creemos que ésto no debe ser vivido desde la angustia, sino de manera positiva porque si no se dan estos debates en realidad, el resultado puede mucho más catastrófico y doloroso. Por una parte cada cual tiene que reflexionar sobre cuáles son sus necesidades:

¿Necesito convivir o tengo una relación muy estrecha con mis vecinas/os y ya prácticamente estoy conviviendo? ¿Necesito comer algunos días por semana en colectivo o tengo una sociedad gastronómica y una tradición con mis amigos de juntarnos alrededor de la comida y charlar? ¿Necesito una red de gente para tener ocio, hacer planes y estar acompañada más allá de la pareja y los hijos o tengo un grupito de amigos/as con los que voy al cine una vez a la semana, tomamos cafés, le puedo llamar por teléfono cuando lo necesite para charlar y hacemos planes activos y divertidos? ¿Necesito una casa tan grande para mí sola o puedo vivir en una habitación y piso con pocos metros cuadrados?

Por otra parte, también deberán reflexionar de forma colectiva sobre ciertas cuestiones del proceso de envejecimiento y de cuestiones de cuidado para poder pensar en maneras de solventarlas de forma colectiva y solidaria. Esto deberá de hacerse intentando no generar juicios de valor: ¿Qué es lo que más miedo me da de envejecer? ¿Cómo me imagino el cuidado, cuáles son las líneas rojas (innegociables) del cuidado? ¿Nos vamos a cuidar entre nosotras, nos van a cuidar nuestros familiares y se van a ir rotando o vamos a contratar a personal experto?

También es importante tener en cuenta la dimensión del proceso. Es importante que el proceso valga la pena, además del resultado que esperamos conseguir. No puede suponer solamente desgaste de energías, una búsqueda de la solución ideal, que hasta que la consigamos no estamos viendo resultados. Si pensamos en el proceso como un espacio de sociabilidad, de construcción de confianza, de aprendizaje, el esfuerzo necesario valdrá la pena, aunque el objetivo quede lejano. Especialmente cuando los proyectos de vivienda colaborativa tardan bastantes años en fraguar, debido a la dificultad para acceder a la financiación, y la dificultad de cualquier grupo humano para focalizar los deseos individuales y colectivos en la construcción de una comunidad.

¿Cuáles son los pros y los inconvenientes de estas arquitecturas del cuidado que visitasteis en el norte de Europa?

Como inconvenientes pondríamos: uno que ya hemos comentado y que son los plazos, pues muchas veces son procesos largos (entre dos y diez años) de creación. Otro factor de freno son que no hay muchos referentes por el sur de Europa de este tipo de viviendas, entonces toca ser punta de lanza con todo lo que supone, hay que romper tabúes que existen hacia la vivienda, hacia la convivencia etc.

El papel que se les exige a las personas mayores en el sur de Europa es muy diferente del de las del Norte. Las personas mayores del norte no se les obliga, moralmente hablando claro, a cuidar y criar a los nietos, su tiempo les pertenece y suele ser bastante común que se vayan de vacaciones a lugares más cálidos, que hagan muchas actividades… sus preocupaciones no giran en torno a los recados que le tienen que hacer a sus hijos/as, que tienen que cuidarles a los nietos etc. Esto es importante, puesto que estar al servicio del resto de familiares todo el rato conlleva a no ser dueña de tu propia vida, no disfrutarla plenamente y hay que saber, como todo en esta vida, poner límites al resto de gente y que cada cual asuma sus responsabilidades, no delegar en las personas mayores «porque como no tienen nada que hacer» porque esto es una gran falacia, no es verdad.

Arquitecturas del cuidado

Además en las sociedades del Norte, tienen una relación diferente con la vivienda. Están más acostumbradas a cambiar de casa, tienen menos apego. Además, al ser economías más estables con una mayor implantación del estado de bienestar, la vivienda no supone, como sí lo hace en el Estado, un seguro de estabilidad ante los vaivenes económicos.

Otra diferencia común que hemos encontrado es la capacidad de diálogo y negociación. Posiblemente a consecuencia de que las personas mayores españolas han vivido gran parte de sus vidas en una dictadura donde la práctica democrática estaba perseguida, las capacidades de organizativas horizontales y de colaboración no están muy desarrolladas.

No os parece que tendemos a idealizar los proyectos foráneos y quizá las soluciones las tengamos más cerca de lo que creemos. ¿Qué os parecen las corralas?

Las corralas y las vecindades son formas arquitectónicas autóctonas de las que podemos aprender. Esencialmente cumplen con los criterios para ser espacios de cuidados, ya que permiten compartir y socializar los cuidados más allá de las viviendas privadas, y están más adaptadas a nuestro clima donde podemos estar más meses en el exterior que en los climas nórdicos.

Aunque desde el origen las corralas se han concebido como “viviendas para pobres” tradicionalmente muy pequeñas y con algunos problemas de iluminación y ventilación, sin embargo para muchas mujeres el vivir una corrala y poder dejar a sus hijos e hijas bajo la tutela de la comunidad les ha permitido disfrutar de algo más de autonomía, especialmente para poder trabajar.

Creemos que se pueden reinventar estas fórmulas dignificándolas y dotándolas de una calidad mayor.
De hecho, nosotras preferimos hablar de arquitecturas del cuidado que de viviendas colaborativas o cohousing. Creemos que los neologismos nos hacen olvidar algunas tradiciones muy válidas, ya que de lo que queremos hablar de organizaciones espaciales que faciliten el cuidado, donde las corralas entrarían sin lugar a dudas. Una arquitectura del cuidado puede ser una ludoteca, un local compartido, un parque autogestionado… cualquier espacio donde una comunidad se autoorganiza para poder facilitar el cuidado de las personas en colectivo.

¿Y las residencias geriátricas? ¿Qué les faltan y qué les sobran?

El problema de las residencias geriátricas tiene muchos rostros.

Por una parte, es que en el Estado Español no se trabaja sobre la prevención, solo se asiste a las personas cuando el problema ya está encima. Muchas personas entran a la residencia geriátrica con altos grados de dependencia y eso se podría haber solucionado si no hubiesen tenido tanta soledad, si hubiesen tenido una red entre iguales que se cuidasen entre ellas etc. Por otra parte, el modelo es completamente hospitalario y de asistencia, son usuarios de un servicio médico, no es una vivienda, y cuando las personas entran en una residencia geriátrica pierden capacidad de decisión sobre sus propias vidas.En muchos lugares casi no hay intimidad, tienen horarios restringidos, se les prohíbe llevar dinero, no pueden decorar el espacio o hacerlo suyo.

Además el personal de asistencia en la mayoría de los casos tiene unas situaciones laborales precarias por lo que influye en el trato y termina siendo completamente despersonalizado. No se le da el valor que realmente tiene a los cuidados.

Les falta participación, ser una vivienda, intimidad, amor, convivencia… les sobra soledad, control, medicamentos…

¿Se puede seguir viviendo hasta el final de la vida en el entorno rural?

Claro que sí. No se trata tanto de si es entorno rural o urbano, sino si tiene cubiertas ciertas infraestructuras esenciales para la vida como son: una red de amistades variada y cercana que sirva de sostén cuando haya necesidad, planes de ocio accesibles, centros de asistencia sanitaria cercanos, que el espacio no tenga barreras arquitectónicas (muchos coches, lugares difícilmente transitables para personas con diversidad funcional, pocos espacios para sentarse y descansar o charlar…) etc. Lo importante es que la persona se sienta cómoda con su entorno y que no esté aislada y en soledad, y hay que evidenciar que una persona puede estar aislada en medio de una ciudad de dos millones de habitantes o en un pueblecito de tres cientos.

Sin revelar mucho los resultados del estudio, ¿cuál serían los prejuicios (negativos asociados al colectivo adulto mayor) que habéis tenido que corroborar y aquellos que han desaparecido?

Más que un tema de prejuicios, que también, hemos encontrado a lo largo de la investigación bastante ceguera a la hora de pensar en las personas mayores.

En primer lugar, casi todas las personas, tienen bastantes resistencias a identificar su propio envejecimiento hasta que ya está encima. Negamos nuestra entrada en esta etapa de la vida porque la relacionamos con la pérdida de capacidades, con la fealdad, con la dependencia… nos cuesta entendernos como seres mayores activos y capaces.

Además, las capacidades de las personas mayores son poco valoradas en el mundo de la dictadura de la juventud y la rapidez. La lentitud, la percepción del tiempo, la experiencia… no son muy atractivas.

Por otro lado, las personas mayores son un recurso poco valorado por la sociedad. Es un hecho que son las abuelas y, algo menos los abuelos, los que están sosteniendo la conciliación de la crianza y el trabajo de miles de personas de manera gratuita. Además, muchas veces, son un seguro económico para momentos de crisis.

Mientras son válidas, siguen aportando recursos a las familias y a la economía. Se implanta el imaginario del envejecimiento activo y son hiperactivas consumidoras de viajes del Imserso, cursos de yoga y patronaje… etc. Los centros culturales están especializados en actividades para mayores. Sin embargo, cuando empiezan a necesitar una mayor atención son apartadas y recluidas en residencias o en sus hogares. En esta dicotomía están atrapadas muchas personas hoy día.

Tras estos años conviviendo e investigando, ¿seguís con la idea de vivir la vejez juntas?

Por supuesto, cada día más. Nos conocemos más, hemos discutido más y hemos reído y llorado de forma apasionada. Tenemos claro que juntas somos más fuertes, y que desde el apoyo mutuo y el respeto a la intimidad de cada una la vida es mucho más bonita.

Podéis consultar su investigación en el siguiente enlace: PINCHA AQUÍ y si te animas, haznos saber tu opinión a través de un comentario.

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