Un cuento de Navidad titulado ‘La Sonrisa Permanente’

No me conocéis, pero yo os quiero. Porque es así como yo concibo la vida, con el cariño por delante. Os escribo mentalmente paralizada en mi cocina, repasando mi pesadumbre. Mi nieta me acaba de increpar por no tener su desayuno preparado. Yo soy cualquier cosa menos una mujer ociosa, me levanto temprano como la que más, porque una casa y una vida, aunque solo estemos Rafa y yo, no se mantienen solas. Pero cuando me despierto me gusta remolonear un poquito, me quedo tapadita pensando en mis cosas, repasando las tareas del día, escuchando los ronquidos de Rafa. Pues no: hoy me han tocado diana bien temprano. Los niños, ya se sabe, como las gallinas, llevan el madrugar y el ruido insertos en el adeene. Y anoche hasta las tantas jugando a Operación Talento, bailando y todo. Estoy agotada. 

Si no hubiese pasado lo que ha pasado, yo esta mañana habría dedicado ese ratito de recién despierta a repasar la cena de Nochevieja, porque el cordero lo hace el horno, pero la salsa y los entrantes y el postre y las uvas y la cubertería de plata y todo es un no parar. Pero, ya veis: abuela, venga, levántate, a grito pelado desde la puerta de mi alcoba. Rafa carraspea (ay, Dios mío, que no se despierte, que la tenemos otra vez).  Y allá va la abuela Carmen, arrastrando los pies por el pasillo, atándose apresuradamente la bata y con la pestaña pegada, a preparar el colacao y a batallar por la pieza de fruta diaria. Que como mi hija se entere de que no han desayunado manzana, pera o plátano, se oyen los gritos en Sebastopol. Si estos niños no comen fruta como no baje del cielo con música, como en el candicrás… Pero eso no se lo digo. Lo pienso pero no se lo digo.

MICROEDADISMOS #65 ¡Eso era de mis tiempos!

Con este fresquito en la cara se le quita a una poco a poco el muermo mañanero. Y debe de ser buenísimo para el cutis. Os quiero contar mi drama. Ayer, cuando nos trajo a los niños, mi hija me dijo que no vienen a cenar en Nochevieja. Menudo tártago. Que necesitan una escapada, que la Navidad familiar está sobrevalorada, que lo moderno es viajar. Yo no le dije nada. Bueno, sí: le dije que claro, que lo entiendo, que es normal. Pero parecerme, me parece fatal. Con el disgustazo que tuvimos el año pasado, Dios bendito. Un susto bien susto, tipo la película del sunami, Lo increíble. Lo indomable. Lo que sea. Que yo pensé que serviría para unirnos para siempre. Máxime cuando han escrito incluso un libro que cuenta nuestra historia. Pero, qué va, la juventud de hoy pasa página rápido, viven en constante estado de teleserie (pero de las frívolas). Se van a Malasia, esa gran desconocida. Que necesitan otro verano para sobrellevar el invierno, dice mi hija. Fíjate tú, para un día al año que de verdad me hace ilusión que estén aquí los niños, que hasta Rafa los disfruta. Y a este viaje sí se los llevan. 

Ya voy, mi vida. Perdonad, le digo a Alba, mi nieta, que me decía desde la atalaya de una banqueta que no quedan galletas de chocolate. Qué manía de rebuscarme en los armarios. Yo es que tengo tal disgusto que me he quedado petrificada, hablando con vosotros en mi cabeza. Yo me considero una mujer actualizada, que uso el wuasá con soltura y escribo por email, pero esto de pasar la Navidad en el quinto pino a base de piña colada, pues no lo veo, debo de estar fuera de onda. Por no hablar del gastazo. Porque luego, eso sí: Mamá, los niños necesitan ropa. Mamá, ¿les preparas una merlucita? Mamá, ¿te los llevas al cine? Que las palomitas cuestan la hijuela. Pero yo no digo nada. 

Alguien a quien creía conocer

Alba me preguntó ayer que qué pasa en Cataluña. Yo no sé qué decirle, me pone muy nerviosa con sus interrogatorios. Anoche, entre baile y baile, que si Pedro Sánchez me parece guapo, que si es el novio de Susana Díez, que si sé lo que es el tuerquin, que qué es Vox, que por qué sigo casada con el abuelo si es tan antipático, y que quién es más viejo de los dos. A veces me deja escalofriada. Tengo la nevera como si fuera el Corte Inglés y solo se fija en que no hay galletas de chocolate. 

Yo me quedaría aquí toda la vida, respirando este vaho gélido y sin hacer nada, ahí se iban a poner las cartas sobre la mesa. Si falto yo, a ver qué hacen. Madre mía, cuánta escarcha tiene el congelador. Después de Reyes, limpieza. Pobre corderito, míralo, ahí encajado. Parece uno de esos magos que se encierran en un cofre con las piernas por encima de la cabeza. ¿Qué hago yo ahora contigo, bonito mío? Porque para Rafa y para mí no me doy yo la trabajera de cocinar un lechal entero. Menos mal que lo congelamos despellejado. 

Igual la portera lo quiere. Mi portera y yo somos muy amigas. Sus nietos se pasan la vida en el chiscón y hablamos mucho del tema de los padres y los hijos y las vidas. Es que su hija tiene dos trabajos y el yerno está todo el día de viaje. Pero sus nietos son unos angelitos, se apañan con un bolígrafo y un cuaderno, se portan fenomenal. Mi nieta dice que claramente son pobres, porque no tienen tableta. 

En fin, queridos. Y queridas. Yo: ver, oír y callar. Es lo que me toca. Pero me quedo con un jamacuco de los buenos. Los publicistas y los ejecutivos de televisión deberían ser más conscientes de la enorme responsabilidad que tienen, porque cada vez que veo el vuelve-a-casa-vuelve es una puñalada en el corazón, un desgarro del alma. Mi marido me dijo anoche: Carmen, ¿me explicas el drama? ¡Si los tenemos todo el santo año en la chepa!  No tienes que cocinar, te ahorras las compras, nos vamos al teatro o simplemente nos quedamos en casa tocándonos los cojo…. Bueno, eso (mi marido a veces es muy ordinario). Aunque, bien mirado, tiene razón, menos trabajo para mí. Así hago unos recados que tenía pendientes, que llevo sin pinkis nuevos desde que cerraron Galerías Preciados. Peor lo tienen en Cataluña, pobres madres con sus hijos enfrentados. 

Y pobre corderito, qué mueca se le ha quedado, con los dientes al aire. Las calaveras siempre sonríen, y peor papeleta que la suya no hay, habrá que aplicarse el cuento. Otra vez mi nieta increpándome. Ya voy, cariño, pero bájate de la banqueta, que te puedes caer. Ay, Señor, dice que después de desayunar jugamos al grinch, qué será eso, ¡no podía ser al parchís! Lo dicho, hermosuras, os quiero. Gracias por escucharme, aunque no me conozcáis. Yo os cuento mi historia por si os aporta. Para que os portéis mejor con vuestras madres. Mañana le bajo el cordero a la portera, tengo que ir haciendo hueco para el roscón de Reyes, que mejor tenerlo congelado, no vaya a ser. Un beso, cielos. Feliz Navidad. 

@Carmen Encantada

Protagonista de Ellos Encantados (¿Qué sería de tus hijos sin tus padres?), de Pablo Dávila Castañeda (MueveTuLengua 2018).

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