Una gran Abuela y la mejor suegra – Rafa Salomón

Estoy pensando la mejor manera de reunir a mis pequeños y comenzar con una historia o tal vez revisar algunas fotos o mejor, compartir videos en sus dispositivos, aún no estoy seguro de la manera en que tengo que hablarles de su abuela. Realmente tengo pocas opciones si tomamos en cuenta que Rafita tiene tres años y Regina dos.

Cómo les puedo hacer comprender que su abuela siempre fue una mujer alegre y guapa, porque he visto fotos de su juventud y dicho sea de paso, jamás había visto una “cintura” tan ceñida, contaba con larga cabellera negra y pude confirmar que siempre mostró ser de una personalidad muy auténtica.

Su nombre real María Guadalupe García Olmedo, mejor conocida en familia como “La Chata”, sobrenombre que jamás nadie me ha podido explicar, así simplemente “Chata”. Realmente tengo pocos datos de la infancia de ella, pero quién mejor que su mamá para compartirles anécdotas de ella a nuestros hijos, esas historias que solo las madres saben contar en el momento preciso, son anécdotas que se guardan en quien sabe qué lugar del corazón y que aparecen justo en el momento indicado.

Mientras, sigo pensando y dando vueltas para decidirme por la mejor manera de contarle a Regina y a Rafita que su abuela tuvo que salir adelante sin el apoyo moral de sus padres, probablemente escondiendo tanto amor en su vientre al estar embarazada y sin saber cocinar, eso sí me lo dijo ella, como también me compartió que siempre quiso casarse; como toda mujer lo espera en lo más profundo de su ser, aunque algunas lo nieguen o digan que eso no va con los tiempos actuales.

La vida para una mujer trabajadora y guapa como lo era ella seguro que no fue nada sencillo, tenía muchos pretendientes y por quien se decidió fue por el doctor Jorge, quien la enamoró perdidamente y con quien decidió formar una familia y al tomar la decisión, como muchas mujeres de esa época abandonó sus sueños, su carrera, sus aspiraciones para dedicarse en cuerpo y alma a sus hijos que fueron cuatro.

Anécdotas, peripecias y malos ratos no faltaron en el cuidado de cuatro pequeños que dicho sea de paso, sus hijos siempre gozaron de muy buena salud, lo que se traduce a que los cuatro eran un verdadero “torbellino”. Recuerdo la historia en que uno de sus hijos… en este preciso instante llama a la habitación mi pequeño Rafita, toca suavemente la puerta, interrumpe sin miramiento y como si se tratara de lo único y lo más importante en este mundo, me pide que le ayude a abrir el dentífrico, reflexiono: mi hijo ya está aprendiendo a hacer algunas cosas solo y eso lo llena de emoción y seguridad, suspiro. Así que una vez hecha la labor de abrir el tubo y colocar la pasta de Peppa Pig en su cepillo regreso a continuar con la historia.

Sí, les comentaba que Doña Lupita, así siempre le dije y lo hice siempre con un cariño sincero y muy especial, un día ella me contó que Javiercito a la edad de dos años escaló el refrigerador de casa y desde un tercer piso se asomó a la ventana, ella sintió que el pecho se le salía al momento de ver a su pequeño a unos metros de distancia del abismo, así que se acercó con mucho cuidado, sin hacer ruido para que el pequeño no perdiera el equilibrio y como si se tratara de una operación quirúrgica en donde el menor movimiento puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte, por fin, con la precisión de una pinza mecánica tomó del hombro a Javier y lo regresó sano y salvo, bueno, eso es un decir, porque la tenaza se quedó marcada en el bracito, razón por la que el niño lloró y culpó a su mamá porque injustamente le había hecho daño.

Detengo la escritura para ver dónde se encuentran mis hijos y me tranquiliza saber que Regina se ha quedado dormida y que Rafita está cenando, vuelvo a suspirar.

Doña Lupita se entregó en cuerpo y alma a su familia, especialmente a sus cuatro hijos, tal vez la vida no le correspondió con el amor de una pareja que le valorara y que quisiera realmente tener un proyecto de vida y eso fue algo que cada vez que lo decía se percibía cierta tristeza y nostalgia, a ella le hubiera gustado casarse y envejecer al lado del hombre que amó, pero no se puede tener todo en este mundo.

Cuando me casé con su hija, pude ver a Doña Lupita con esa mirada de emoción, alegría y nostalgia, por fin el sueño se cumplía, no en ella, en su hija, pero era la extensión de un sentimiento añorado y esperado. Sé que pude darle una de las alegrías más grandes que pudo experimentar, eso lo recordaré toda mi vida.

Sus cuatro hijos fueron el resultado de su paciencia, cuatro personas de bien, con aspiraciones de seguir adelante y ganas de triunfar en sus áreas, todo esto claro por el acompañamiento y dedicación de mamá, no excluyo a papá, sino que el doctor y como él bien lo sabe también le quiero, aprecio y respeto, pero su función fue como proveedor y de vez en vez alguna llamada de atención, pero quien estuvo siempre al frente de los hijos fue Doña Lupita.

Un día la sentencia estaba hecha, el cáncer la tomó por sorpresa, sus cuatro hijos la acompañaron en cada momento y dicho sea de paso, yo también estuve con ella en esa batalla que sabíamos perdida.

Entra mi pequeño, esta vez sin anunciarse y me comenta que subió su bebida de naranja, al mirarlo con esa sonrisa, me alegra la vida y creo que La Chata se hubiera regocijado con él y sin pensarlo le tomaría en sus brazos como yo mismo lo hice, sin motivo aparente, solo por el hecho de celebrar que tiene vida y quiere vivirla. ¿Por qué me abrazas? No es mi cumpleaños, me dice con desconcierto.

La Chata ya no está y dejó un vacío enorme, ya no podrá abrazar a su “niño” como le decía a Rafita, pero hay tanto que sí dejó en cada uno de nosotros. Yo aún no me decido por la forma en la que les hablaré de su abuela a mis hijos, pero de lo que sí estoy seguro es que volveré a escribir acerca de ella, una gran abuela y la mejor suegra Doña Lupita.

Lic. Rafael Salomón escritor, cantautor y comunicador mexicano egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.